La carrera como maquillador y diseñador del venezolano Juan Ignacio Ormeño dio un giro hace cuatro años en Caracas cuando, impulsado por un hecho vinculado con su seguridad personal y en una acción que califica como apresurada, compró un pasaje hasta Santiago y 9 días después llegaba, al menos por un año, al país en el que nacieron sus padres.
“Apenas llegué me dediqué a enfocarme en qué quería hacer y tardé un mes en buscar trabajo. Recuerdo que metí currículum y de manera inmediata me querían contratar y yo solo estaba viendo qué nivel tenía para Chile”, recuerda Ormeño, de 36 años.
Ormeño se graduó como modista en 2012. Ese mismo año formó parte de la marca Durant & Diego como diseñador de la línea pret a porter y lanzó su primera colección.
Atrás, en Venezuela, había dejado su taller con textiles comprados y colecciones diseñadas para la culminación de proyectos de clientes a la medida, además de un prestigio bien ganado tras abrir en 2015 el New York Fashion Week, en el segmento de nuevos talentos y artesanos, y participar con la colección Resort 2015 en varios Fashion Weeks, en los cuales obtuvo un premio como mejor diseñador extranjero.
Ya para ese año, Juan Ignacio, quien tiene estudios de comunicación social y fotografía, vendía en países como Venezuela, Panamá, Trinidad y Tobago, Estados Unidos, España, México y Emiratos Árabes.
A Chile, según cuenta, arribó con lo justo para vivir por un año. Fue recibido gratamente por un tío.
Se trajo la ropa adecuada y sin excesos, al igual que las herramientas básicas de trabajo con la idea de que sería más fácil maquillar porque es el único modo de mostrar los talentos de modo instantáneo.
Ganado a la idea de aportar y evolucionar decidió trabajar en un centro comercial, en una tienda de retail, en la que considera creció muchísimo en un año. “No quería ser el típico migrante que llega a criticar o comparar con su país. También entendía que en Chile el culto a la belleza o arreglarse no es como Venezuela y esto tenía una razón de ser y yo quería entenderla para poder adaptarme, por eso a pesar de tener mis papeles y facilidades decidí trabajar en una tienda de retail de maquillaje. Quería entender a la gente de Chile y eso se logra desde la venta”, detalla.
Sin embargo, no fue fácil. Los primeros maquillajes que realizó fueron un fiasco por no cumplir con el patrón cultural de lo más simple.
“Recuerdo que me mostraban una foto de una celebridad y uno que viene de Venezuela donde el exceso es válido y apreciado lo tratas de replicar y me di cuenta que la clienta no quería ese exceso, que lo que le gustaba era la paleta de colores y yo me lancé sin preguntar nada. Estoy seguro que a una venezolana le hubiese hecho eso con un par de brillos extras y sería feliz pero acá no es así y la clienta no estaba satisfecha con mi trabajo pese a que, la verdad se veía preciosa. Ella no estaba acostumbrada a tanto producto y a hacerse las cejas tan marcadas o marcar los contornos”.
Metamorfosis
Aunque a poco de emigrar a Chile, Ormeño asegura que le escribía a fotógrafos y modelos para hacer trabajos, al principio no tuvo receptividad. “Entendía que todo lo hecho en Venezuela no era moda para Chile. Entonces lo veían como de concurso y acá los concursos no tienen el valor que quizás tienen para otros países”, precisa quien gracias a su talento ingresó a ese mundo luego de trabajar en una marca que se involucra mucho con la moda.
Primero comenzó a vestir a algunas candidatas en el Miss Mundo, Miss Earth y Miss International, y ahora es uno de los encargados de la imagen de la participante chilena en el certamen de belleza universal.
“Me da mucha risa porque por un lado no soy nada missólogo, de hecho, nunca amé el concepto miss, pero por cosas del destino siempre me ha tocado estar vinculado con este mundo. En mi país vestí a muchas chicas para las diversas marcas que manejaban el concurso, eventos previos, galas, entonces tuve una muy buena conexión”, confiesa.
Ormeño asegura que ha sido una gratísima experiencia vestir en 2019 a Geraldine González para el Miss Universo Chile, y en 2021 a Daniela Nicolás en el mismo evento, y a Valentina Benavente, en el Miss Grand Chile. “Tres chicas preciosas y cada una con un estilo particular. Lo que decidí es no variar mi esencia y hacer piezas que me sirviesen para generar contenido de moda y no cosas estilo tan miss”, cuenta este venezolano que aprendió a amar los conceptos de moda de Chile.
En sus palabras asimiló que el estilo de vestir o arreglarse de la chilena va de la mano con el clima y que este influye mucho en la elección hasta de los cosméticos a usar y los colores que se llevan y eso no lo entendía y fue emocionante poder descifrarlo.
Además, revela, aprendió a trabajar la humildad y la soberbia para entender que inició de cero no por falta de talento y que ahora y en otro contexto, puede demostrar y lograr todo nuevamente al contar con las herramientas. “Siempre supe que es difícil, pero no imposible. Si lo hice en un país en crisis sabía que acá lo podría lograr, lo que tenía claro era que por no tener contactos iba a costar más, pero lo lograría a mis tiempos.”
Esa búsqueda constante da resultados y le permite soñar con tener la oportunidad de entrar a una tienda de autor o por qué no, tener su propio local. “Pude variar mi concepto y anexarlo a mi estilo sin variar mi esencia, solo adaptarme a este hermoso país. Quizás yo no soy tan arriesgado, pero amo lo que se hace y del modo que se hace, además del lenguaje de moda que se genera a través de su estética. Espero aprender más y adaptarme de mejor manera porque amo la moda de Chile”.
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