Llevaba dos meses en Santiago de Chile cuando escuché por primera vez sobre Luna Ramírez Fuentes (49). Yo trataba de contener el llanto mientras hablaba por celular con Fernando Peñalver, colega periodista. Caminaba a la altura del Metro El Golf, en la Avenida Providencia, rodeado de decenas de edificaciones espejadas.
Llegué de Maracaibo, al occidente de Venezuela por vía terrestre con mi esposa y mi hija que, para julio de 2019, tenía 6 meses. Recuerdo que el frío era cada vez más insoportable y teníamos muy poca ropa y frazadas para afrontar el avance continuo del invierno.
Llámala o escríbele de mi parte y ella te ayudara. Ella creó un programa de ayuda para migrantes. Verás”, me insistió Fernando, a quien conocía por su experiencia en el área deportiva, principalmente en el baloncesto, de medios impresos de la capital venezolana.
Yo no me sentía un migrante normal. Escapé de mi país tras dos amenazas de muerte y luego de un atentado con granada a Versión Final, el periódico del que era Jefe de Información. Mi automóvil fue arrasado por las llamas. No pude ahorrar ni planificar demasiado.
En esa oportunidad, no le escribí. Sentía que le quitaría ese cartucho a alguien más urgido. Poco después recibimos ayuda -tres bolsas de ropa, parcas y edredones- de una socióloga chilena que migró a Venezuela a mediados de los ’70 y que con su familia devolvió el cariño y la empatía con los que fue recibida su familia en Maracaibo.
Sin embargo, el número de Ramírez si aterrizó en el sistema operativo de mi teléfono para no salir jamás. Fue casi un año después, poco antes de la pandemia, cuando escuché su voz por primera vez. Me presenté antes por mensaje de texto.
“Luna, disculpa. No quería molestarte. Te cuento: mi esposa, Marielba González, no ha podido vacunarse contra la influenza y no se ha sentido bien. Resulta que no tiene RUT y siempre le ponen trabas en el Cesfam, en los Samu y en los Sapu. Yo trabajo en la Municipalidad de Maipú y aquí me dicen que sin RUT no se puede”, le comenté poco después de recibir mi dosis en una jornada municipal de salud, con un sentimiento que me atravesaba la garganta.
«Pásame sus datos, dale mi número y dile que me llame…”, contestó con ese acento entusiasta tan hermoso que la distingue. Dos días después, logró con apoyo de la Seremi de Salud del área Migrante que la vacunaran. Fue uno de los días más felices de mi vida como migrante en Chile. Pocos lo saben.
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Si Venezuela fuera una mujer sería Luna Ramírez. Belleza, inteligencia, vocación de servicio, voluntad de hierro, empatía, poesía y bondad. Si los ángeles guardianes tienen forma humana: les presento a uno.
La primera vez que la vi sentí como si la conocía de toda la vida. Ocurrió a principios de 2022. Dirigía los pilotos de Crónicas de Chile Radio, un programa para migrantes y emprendedores, y la invité -en modo emergencia-, ante el aviso de última hora de no poder asistir de un invitado. Como teníamos confianza, aceptó. “El lugar no es muy bonito”, le advertí. “El lugar lo hacemos nosotros”, contestó.
La entrevista fue semi-improvisada en un pequeño cuarto de un modesto apartamento en San Diego, Santiago Centro. Para subir al piso 14 tardamos 35 minutos. Allí hablamos sobre los proyectos de la Red de Apoyo Solidario, un árbol de ilimitada sombra que crece frondoso y fuerte.
El cuento es el siguiente: en julio de 2017, solo tres meses después de llegar a la capital chilena desde Caracas, desarrolló su primer Ropero Solidario, la campaña bandera de su ONG.
Nos dimos cuenta que al salir de países caribeños los migrantes no llegaban con la indumentaria necesaria para protegerse y decidimos accionar”, explicaba.
Nos fuimos juntos por el Metro. Contándonos cosas más de nuestras vicisitudes.
Semanas después de ese encuentro, Luna se convirtió en la única venezolana galardonada con el Premio “Mujeres que Inspiran”, por su trabajo de apoyo social en Chile.
El reconocimiento distingue a mujeres que aportan con su talento y compromiso a lo largo de todo Chile, con iniciativas sociales, ambientales o económicas que impulsan un mundo más humano, amable y solidario.
¡Qué orgullo! Decenas de activistas sociales postularon al Banco de Chile y ella resaltó entre 500 mujeres. De las ganadoras, 17 fueron microempresarias o emprendedoras y 23 lideraron organizaciones sociales como fundaciones, ONGs y agrupaciones gremiales. Resaltaron de ese grupo 3 migrantes: dos peruanas y llevando el tricolor venezolano, Luna.
“Honrada y agradecida de este nombramiento, ser inspiración desde tu propósito de vida. Además de conocer y reconocerme en otras mujeres valiosas y aprender de sus experiencias», expresó en su cuenta de Instagram, @LunaMigrante
Al llamarla para felicitarla me habló del rol protagónico de su equipo de voluntarios, integrado por personas de diferentes edades y profesiones que se han unido en esta noble causa, dispuestos a brindar su ayuda de manera desinteresada. Reconocía con alegría el crecimiento y evolución de la Red, no solo en ayuda social sino también a través de apoyo emocional mediante campañas y talleres.
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La última vez que coincidí con Luna fue por amor a Chile. “Tenemos que devolver un poco de tantas cosas buenas que recibimos”, me conminó, a principios de febrero pasado, tras los devastadores incendios que arrasaron al menos 15 mil viviendas en la Quinta Región, todavía con focos de llamas activos.
Con Danyelo Galíndez, líder de Defensa Motorizada, fundación conformada por más de 3000 repartidores motorizados en Chile; Joanary Perales, capacitadora de emprendedores; Roberto Delgado, de la Asociación Orienta Migra; y un centenar de emprendedores aliados de Crónicas de Chile, el medio de comunicación dedicado a contar historias positivas que dirijo; pusimos manos a la obra con la Operación Te Quiero Chile.
Viajamos cinco veces a las zonas afectadas. Vimos todavía humeantes decenas de sucursales del infierno. Nos conmovimos.
Nuestro objetivo es apoyar de manera integral al pueblo chileno, especialmente a la Quinta Región en medio de la tragedia por incendios que viven. En tiempo récord hemos recolectado y ofrecido ayuda humanitaria de gran valor: ropa, zapatos, frazadas, alimentos, artículos de higiene, agua y medicamentos”, detallaba a un canal nacional durante su visita a El Olivar, una de las comunidades más impactadas por el fuego, la mañana del 10 de febrero.
Ella fue fundamental para integrar y llevar a médicos, enfermeras, profesionales de diferentes áreas y voluntarios. Ubicó una bodega para almacenar agua, alimentos, medicinas, ropa y enseres. Conectó con los transportistas y comerciantes que utilizaron sus vehículos y espacios para la colecta. Coordinó, distribuyó, anotó, llamó, motorizó.
En esa jornada emotiva se fundió en un abrazo con María José Escudero, de la Fundación Ronda Chile, también ganadora del Premio “Mujeres Que Inspiran”.
Con el musculo logístico de voluntarios y emprendedores, Luna catalizó la distribución y entrega a vecinos afectados de 385 almuerzos preparados en conjunto, además de juguetes, agua, insumos médicos y ropa nueva, en una jornada realmente maravillosa. Fueron cinco viajes, en menos de un mes, los realizados, y con su experticia, liderar hasta hoy ese movimiento conformado por venezolanos que quieren dejar huella positiva en este país.
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Lo confieso. Nunca he ido a las jornadas del Ropero Solidario y suman 6 eventos grandes por año, con unas 10.800 personas beneficiadas de forma indirecta.
He querido asistir para apoyar y documentar. Lo planifico y siempre sucede algo de última hora. Todo lo que sé es por personas beneficiadas y voluntarios cercanos. Es un oasis en el que reina la solidaridad y la empatía.
Conozco sí sus luminosas jornadas por fotos con entregas de ropa de invierno, abrigos y frazadas en buen estado para migrantes recién llegados al país. Se, también, de conocidos y amigos que tras una llamada recibieron enseres, medicamentos, utensilios de cocina, camas y equipos de línea blanca en buen estado. O juguetes para Navidad. “En algunas jornadas beneficiamos hasta mil personas en un día”, detallaba en esa conversación radial.
Facundo Cabral. Luna admira al trovador argentino de vida tan trágica como mágica: “El bien es mayoría, pero no se nota porque es más silencioso”, se lee siempre en sus estados de wathsaap e Instagram, parafraseándolo. La frase es un mantra para ella. Y su rol humano lo refrenda a diario. Es movimiento, aunque quienes la conocemos pensamos que suele sobre exigirse mucho.
Tenemos una reunión pendiente para reactivar las caravanas solidarias hacia la Quinta Región. Y para nutrir con ideas y publicaciones otro de sus pilares de acción: El Proyecto Solidaridad, una hermosísima campaña que promueve el amor al prójimo a través de la entrega de una donación por día durante 2024.
¿Cómo nació la iniciativa? El 31 de diciembre de 2023, mientras la mayoría se preparaba para despedir el año, ella proyectaba un 2024 sólido en su afán de aportar lo más que pueda desde su ONG. Así se le ocurrió darle mayor visibilidad a las entregas que realiza en todo momento.
Paso el año donando cosas. Tengo 6 años haciéndolo, pero son pocas las veces que las subo a las redes. Por esto inicié esta campaña el primero de enero”, precisaba.
Sí. Cada día, Ramírez logra al menos una donación para quien lo necesita, y lo difunde en sus redes sociales. “Hay demasiadas noticias negativas. Creo que hay que potenciar lo bueno. Hacer más visibles nuestras campañas. Viralizar el bien”, sustenta mientras la vemos en fotos entregando alimentos, ropa, juguetes, libros, enseres del hogar o cualquier otro artículo que mejore la calidad de vida de las personas más vulnerables.
El objetivo, refuerza, es impactar positivamente la vida de estas personas, dejando una huella de amor. Cree que la solidaridad es inherente al ser humano, y a través de proyectos como los que lleva adelante en su ONG, puede fomentar ese valor en la sociedad.
Por ello, para alcanzar la meta de entregar 366 donaciones, invita con insistencia a colaborar. Quiere inspirar a más personas a dar y sumarse a través de la etiqueta #366DiasParaDar.
Pero esto no es todo. A principios de marzo, constituyó el Círculo de Mujeres Migrantes, otro de los programas de la Red de Apoyo Solidario. Se trata de un espacio seguro de empoderamiento y apoyo para mujeres migrantes y refugiadas.
Allí coincide con madres, estudiantes, profesionales y comerciantes que comienzan a articularse bajo su guía. Busca generar encuentros para que las mujeres se conozcan, se reúnan y creen de la mano redes de apoyo.
Quienes la conocemos simplemente la admiramos y reconocemos como un estandarte no solo de venezolanidad en Chile sino de humanidad. También como el ángel guardián y protector que les comentamos:
Creo firmemente que la esencia del ser humano es la solidaridad, la bondad y la cooperación y ese es el mensaje que quiero transmitir. Ese es el impacto social que hace la Red con su trabajo”.
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