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Profesor venezolano da jaque mate a la crisis en Chile gracias a su academia de ajedrez para niños

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Jesús Aníbal Jugo Dorante @jesuschess , profesor de castellano, literatura y latín, labra su porvenir -y el de su familia- en Santiago de Chile gracias su trabajo al frente de su academia de ajedrez para niños.

Este instructor venezolano cuenta con más de 100 alumnos activos y su crecimiento va en franco ascenso debido al impulso de una página web y sus canales en Telegram y Youtube. Sin embargo, el camino no ha sido fácil y detrás de su éxito resalta su sacrificio. “Enseñamos pensamientos estratégicos, habilidades blandas y a moverse con propósito no solo en el tablero sino en cada aspecto de su vida”, destaca y enumera potenciales avances en autoliderazgo, creatividad, inteligencia emocional, habilidades sociales, resiliencia, visión, estrategia y foco.

Jugo Dorante, quien en Caracas despuntó como Vice-Presidente de la Academia Nacional de Ajedrez, arribó a la capital chilena el 25 de enero del 2018, con títulos apostillados y permiso de trabajo en mano, luego de obtener su Visa de Responsabilidad Democrática.

Lo hizo con el apoyo de dos familias de apoderados con los que trabajaba y aún trabaja.

“Una de ellas me recibió y viví con ellos durante mis primeros tres meses y hasta el momento son mi segunda familia acá. Desde antes de bajarme del avión solo me he dedicado a mi academia”, sostiene quien compró su pasaje para salir de Venezuela gracias a un préstamo realizado por su exjefe y una tercera familia en Chile.

“Desde el primer día tuve la meta clara de crear la academia. No trabajé para nadie, solo brindando mis servicios a padres, niños, clubes de ajedrez e instituciones educativas que me brindaban la oportunidad. El primer año fue bastante duro porque como todos, traté de que mis gastos fueran mínimos. No gastaba de más ni para comprar una botella de agua”, relata Jesús.

Sus jornadas, recuerda, comenzaban a las 7:00 de la mañana cuando salía de su casa y acudía a impartir clases presenciales en Curacaví, Quillota y Rancagua. “Me devolvía a mi casa en micro o autobús y llegaba entre las 12:00 de la medianoche y la 1:00 de la mañana. Era bastante pesado o agotador y las sesiones online muchas veces debía darlas pidiendo permiso en la micro, sentado en una plaza o en cualquier esquina donde sacaba mi computadora y me sentaba sin importar la hora”, detalla.

El caraqueño de 31 años explica que aprovechaba lo mejor posible las sesiones para regular los tiempos entre traslado de las sesiones presenciales. “Trataba de dar la clase lo más eficiente posible porque tenía que entrar al Metro antes de que lo cerraran porque no tenía con qué pagar el über”, agrega.

¿Cuéntenos cómo nace su amor por él y cómo puede generar actitudes positivas en los niños?

El ajedrez llegó por casualidad. Lo descubrí de niño, gracias a mi hermano. Siempre fue un hobby. Cuando empecé la Universidad tuve la oportunidad de pertenecer y conocer el club de ajedrez y sin duda alguna fue el sitio donde pasé gran parte de mis mejores momentos. Muchas veces los profesores me iban a buscar al club para que yo no perdiera clases. Allí conocí amigos que se volvieron familia y a partir de ahí pude tener mi primer trabajo en una pequeña escuela que quedaba a tres cuadras de la universidad y donde necesitaban un profesor de ajedrez para iniciar un taller. Yo tenía 17 años, y descubrí que había algo más grande que mi pasión por el ajedrez y era esa mirada de felicidad y cariño de los niños cuando les mostrabas un tablero de ajedrez porque le enseñabas a ver el mundo y eso fue lo que me enamoró. Hablar de las bondades pedagógicas del ajedrez es sin duda alguna una de las mejores facetas de esta disciplina.

Ahora, el ajedrez como emprendimiento. ¿Cómo y cuándo se dio cuenta que podía generarle ingresos?

Mi familia decía: “SI vas a vender tomates, sé el mejor vendedor de tomates del mundo”. Toda mi vida fui emprendedor. Yo comencé a dar clase en una época en la que hablar de profesores de ajedrez no era algo común. Hoy en día hay muchos dando clases y cuando comencé éramos pocos. No se veía como algo serio. No obstante para mí lo era. Cuando empecé a dar clases de ajedrez una hora me la pagaban más cara que una hora de lenguaje. Entonces me dije: ‘Si estudié educación para cambiar vidas puedo hacer lo mismo con un tablero de ajedrez’. Al final el ajedrez es un como una herramienta para lograrlo y a partir de ahí creo que contribuyeron varias cosas: la primera, rodearme de las personas adecuadas; la segunda mi terquedad para ignorar comentarios que restaban energía; y la tercera, tener conciencia de que no sería fácil, pero nada que valga la pena lo es y en definitiva yo sentía y siento que lo que estoy entregando es tan valioso que vale la pena. Jamás me he enamorado de mi producto y eso es clave. Siempre estoy buscando mil y una forma de mejorarlo.

¿Cómo valora a los venezolanos migrantes en el mundo y en Chile?

La migración tiene muchas caras y cada quien está en su proceso. Admiro tanto a los que se van como a los que se quedan porque ambos son partes de una historia. Últimamente ando muy idealista, a veces pienso que, si todos somos humanos compartiendo este mundo, nadie debería ser migrante. Ahora, para contestar la pregunta, económicamente ha sido un impulso para el mundo la migración. Socialmente creó diversidad. Culturalmente ha sido un aporte. Y en un lugar donde los pro son mayores que los contra, sin duda alguna el impacto es positivo para el país que recibe.

¿Qué es lo que más le ha sorprendido de sus vivencias en Chile?

Lo positivo es el cariño. No sé por qué, pero me siento siempre muy afortunado de todas las personas que he conocido en Chile. No he tenido malas experiencias. De hecho, todos los que conozco están pendiente de dar consejos, dar una mano amiga.

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