Venezolanos en Chile

El Chamo Chichero afianza en Chile su sabor a Venezuela 

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Alejandro Araujo y Johana Yáñez son los padres de una de las franquicias criollas más sólidas en el país austral. Trabajan en expandir el producto internacionalmente.

Raúl Semprún – Fotos: @soymusiu

Tienen seis puestos, pero sueñan con ver su franquicia en todo Chile.

Alejandro Araujo, abogado en materia de seguros, y su esposa Johana Yáñez, administradora de empresas, son referencia de tesón en Santiago de Chile, donde desde hace poco más de dos años, dirigen el destino de El Chamo Chichero, un producto que gana clientela por la calidad de su fórmula y la variedad de sabores que la matizan.

Foto: @soymusiu

“Nuestra receta tiene que ver mucho con las abuelas, con nuestras mamás, con lo que somos. También fuimos inventando hasta llegar a lo que somos”, suelta Alejandro, al referirse a este producto que con el logo de un barril y el tricolor patrio se distingue en la capital del país más largo del continente.

Arroz, leche, azúcar y canela, siempre con una variedad de sabores complementarios, seducen el paladar de chilenos y criollos. Es opcional agregarle leche condensada, arequipe, chispitas de colores, chocolate o sirope de chocolate o pedir especiales de pirulín, súper ocho, nutela, galleta o suspiros.

La historia de Alejandro y Johana conoce de tropiezos, comienzos y caídas, para llegar a donde se encuentran ahora. 

Ambos son orientales y su primer puerto de desembarque fue Trinidad y Tobago. Allí, la pareja se desempeñó como bar tender, pero la discriminación y las dificultades para legalizarse se convirtieron en un obstáculo.

Así, decidieron emigrar a República Dominicana, concretamente hacia Santiago de los Caballeros. Apostaron por hacer comida con entrega a domicilio, pero el proyecto no floreció. “No nos fue bien porque la economía es muy lenta y había un arraigo importante con la gastronomía del patio. Sentíamos que no avanzábamos”, recuerda el abogado con especialización en materia de seguros.

Con Chile en el mapa mental, Araujo y Yáñez recomenzaron de nuevo. 

Se resetearon con dos fracasos y una búsqueda en la maleta. Así arriban a la nación austral, primero, y durante cinco meses, a Curacautín, una localidad de unos 20.000 habitantes al pie de tres volcanes, en La Araucania, y luego, se establecieron en la Región Metropolitana.

La decisión de radicarse en Santiago de Chile fue una bisagra.

En la despedida, organizada por sus amigos y vecinos de Caracautín, la pareja les preparó chicha para que conocieran lo sabroso del producto venezolano y les gustó tanto, que la receptividad y los comentarios los puso a pensar.

Los orígenes

“Chicha es el nombre que reciben diversas variedades de bebidas alcohólicas de baja graduación que se obtienen a partir de cereales y frutas originarios de América, cuyos almidones y azúcares son fermentados y transformados en alcohol por la acción de levaduras, principalmente del género Saccharomyces cerevisiae”.

En el reportaje Chicha, definición y etimología de los fermentados originarios de América, se explica que históricamente, la graduación alcohólica variaba según la mezcla de base, las levaduras presentes y el tiempo de fermentación. 

En Chile, según la referida investigación difundida por The Beer Times, se llama chicha a las bebidas obtenidas de la fermentación de diversas frutas y en algunos lugares pueden ser mezcladas con aguardiente. El documento detalla que los mapuches elaboran y consumen un tipo de chicha de maíz o trigo o incluso piñines, llamada “muday”. 

En Venezuela, principalmente en los Andes, se prepara una bebida conocida como chicha andina que utiliza guarapo de piña, y que se produce al fermentar corteza de la piña (ananás) con agua y papelón. Se elabora generalmente de forma artesanal y casera. Su preparación tiene su origen en los estados andinos de Venezuela con mayor énfasis en Táchira y Mérida. 

Sin embargo, es la criolla, elaborada con base de arroz y leche de vaca, la que encumbra al matrimonio venezolano y es clave el boom registrado en los años 90, cuando junto con los cepillados (raspados), era común encontrar a un chichero en las salidas de colegios y liceos, por lo que su consumo se convierte en una especie de paseo por la infancia a través de la memoria.

Ese gancho emocional a través del gusto, como sentido, ha sido determinante. 

En la capital chilena y sin conseguir empleo formal, Araujo y Yáñez apostaron por elaborar y vender chicha. Y la pegaron. 

Alejandro cuenta que desde septiembre de 2017 comenzó el emprendimiento, con punto de venta y la franquicia caló y aún se expande. “A pesar que tiene solo dos años, llevamos un buen paso. A mediano plazo vamos a envasar y distribuir, a  industrializar el proceso”, resalta.

Como el negocio se inició “sin querer queriendo”, frase referencial del personaje del Chavo del 8, programa ícono de la televisión latinoamericana, la pareja se amarró a la idea del barril como emblema, y en vez del Chavo, apostó por El Chamo, una palabra cargada de venezolanidad. El producto destaca por su presentación. Se sirve en un vaso estampado con un barril.

En una reciente entrevista, Araujo y Yáñez explicaron que al salir a buscar todo lo que necesitaban para emprender, la cava, el termo y el carrito, ambos vieron en una tienda de artesanía una barrica de roble. Entonces surgió la idea de usarla. Y fue otro acierto.

Araujo detalla que cuatro de cada 10 consumidores del producto son chilenos. Resalta que “son muy dulceros”, lo que explica las altas tasas de diabetes.  

La afición por el arroz con leche por los naturales del patio hizo que conectaran rápidamente con la chicha. “Ellos tienen aquí el arroz con leche. Eso les hace parecer una especie de arroz con leche licuado”, amplía.

A lo largo del continente, y con un boom en los últimos cinco años, despunta la creación de franquicias con sello venezolano. Araujo recuerda que cuando vivían en Venezuela él y su esposa se dedicaban a sus profesiones y jamás soñarían con apostar por el negocio que llevan. “Allá tal vez no se le hubiera dado la importancia a una franquicia como esta”, expresa. 

Si bien agradece mucho a Chile la oportunidad advierte que el mercado es bravo y muy costoso para emprender. “Se requiere de un buen capital. Hay que tramitar una serie de permisos con la municipalidad y suelen ser costosos”. Al final, el esfuerzo, la persistencia, la creatividad y la unión les permitieron fundar y hacer un camino. Araujo es optimista: “A largo plazo, ojalá podamos llegar a importar nuestro producto. Creemos que es posible”. 

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