El ser humano es un animal social. Si revisamos nuestra historia a través del tiempo, encontramos una suma de esfuerzos originados desde lo individual hacia lo colectivo que hicieron posible el desarrollo de las sociedades modernas.
Estos esfuerzos, producto de adaptaciones evolutivas en el plano moral, fomentaron valores como la libertad, el respeto recíproco, la división del trabajo y la cooperación social, como alternativa a la capacidad de violencia intrínseca en el hombre que, por siglos, condujo a la conquista, la guerra o la opresión.
Así, en este devenir fruto del ensayo y error, nuestra especie necesitó creer, algunas veces a través de formas religiosas y otras simplemente fruto de la fe en sus propias potencialidades, ideas que por siglos fueron trabajadas y documentadas por un puñado de personas que intentaban conocerse más a sí mismas y, en el proceso, entender la naturaleza humana.
Los estoicos representan uno de estos grupos de personas que, a través del desarrollo de una filosofía práctica y un sistema mental capaz de operar en el mundo, se preocuparon por cómo sus pares podrían alcanzar este potencial, a través de una mejor gestión de las externalidades.
Quizá gran parte de su relevancia yace en el hecho de que lo hicieron desde la experimentación en sus propias vidas, siendo emperadores, senadores, líderes de escuelas o incluso esclavos, lo que distingue su enfoque de otras vías para descubrir lo que podemos llegar a ser. Dentro de su eminente literatura, en esta ocasión nos gustaría comentar introductoriamente un aspecto: la prosoche o atención plena y, cómo ella podría asociarse a la compasión.
Definido de forma sencilla, el término prosoche hace alusión a la capacidad de focalizar la atención y el pensamiento consciente con un determinado propósito. De esta forma, desarrollar la habilidad de actuar bajo esta idea ampliaría nuestras posibilidades de atender lo que pensamos y sentimos respecto de cualquier acontecimiento fuera de nosotros.
Religiones como el budismo y disciplinas como la psicología moderna también se valen de este mecanismo de captación sobre el flujo de nuestros pensamientos y emociones para comprenderlos y, en lo posible, gobernarlos, otorgándonos el control de decidir nuestra respuesta en casi todo momento.
Así, esta visión de desarrollo de la prosoche en nuestra vida cotidiana nos concedería un sinfín de ventajas prácticas para navegar las, con frecuencia, turbulentas aguas de la realidad, aprendiendo a diferenciar aquello que nos excede como seres humanos del espacio donde nuestra consciencia y actuación pueden jugar un rol clave. Los estoicos denominaron este tipo de focalización como la dicotomía del control.
Por su parte, el vocablo compasión puede asociarse a un rasgo que conecta con la empatía extendida o la facultad de conectar con los sentimientos de dolor, aflicción o pesar de otro individuo, especialmente en la cultura occidental. Algunas personas la caracterizan como un rasgo de la personalidad que emana debilidad o victimización, sin embargo es un abordaje impreciso.
En nuestra perspectiva, la compasión -y su visión expansiva sobre el yo, la autocompasión- son disposiciones que nacen fruto de un interés genuino en comprender aquella naturaleza humana que nos convoca como seres sociales, misma que posibilita la expansión del ser y de su entorno al adentrarse en los confines de la asertividad, la empatía, la responsabilidad, la libertad y la consciencia.
Si revisamos la literatura especializada, el vocablo compasión tiene cierto origen en la palabra del arameo racham, guardando conexiones bíblicas que refieren a términos como “amor, lástima, misericordia”. Sus raíces latinas nos hablan de las expresiones “Com”, que significa junto con y “pathos”, que simboliza el sufrimiento.
Estas nociones de compasión fueron extendidas a través de la filosofía budista, una de sus fuentes ancestrales, así como más recientemente por la psicología más contemporánea dentro de la práctica clínica. Su fuerte orientación budista, de hecho, señala la relación entre compasión y comprensión, como atributos indisolubles el uno del otro.
¿Cómo podrían entonces, conectar de forma sencilla, la prosoche o atención plena de los filósofos estoicos con esta perspectiva, con frecuencia desconocida, de la compasión? Una posible orientación podría dirigirse hacia la idea de la expansión del ser.
Si el propósito de la prosoche es centrarnos en todos aquellos elementos que están bajo nuestro control, como la voluntad y la acción, de una forma coherente y armoniosa con nuestro ser, alejados en lo posible de distracciones o incertidumbre, la práctica de la compasión ofrecería una especie de vía empírica para actuar en el mundo desde una mirada comprensiva y relacional, ocupándose de calibrar nuestros lentes de espectador racional en una situación ajena con miras a generar un doble efecto: el focalizar nuestra atención de los eventos tal y como son, a la vez de no sólo acompañar la aflicción sino generar espacios de aceptación que conduzcan incluso al equilibrio o bienestar, entendido aquí como una distinción entre la oportunidad de aprender desde la consciencia, sin asumir los hechos como meras fatalidades o como un destino funesto que opera contra nosotros.
A medida que el entrenamiento de la prosoche avance, no sólo potenciaremos nuestras herramientas para procesar de una forma distinta todos los estímulos que nos rodean, distinguiendo lo que depende de nosotros de lo que no, sino que también conectar sus beneficios con cualquier sufrimiento ajeno, nos ayudará a expandir más el dominio sobre nuestro ser, a la vez que reforzamos nuestra disposición natural a ayudar a otros y transmitir estas herramientas, generando círculos más cooperativos y humanos que sigan las enseñanzas de aquellas fuentes de sabiduría griega, romana y oriental.
*Antropólogo e investigador
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