«¡Extranjeros culiaos, son una plaga, váyanse pa’ su país! ¡Nos vienen a robar la pega y tienen colapsado el sistema de salud! ¡Que estrés, que depresión, metamos licencia y nos vamos de vacaciones al extranjero!».
En un país como Chile, donde las contradicciones parecen ser la norma, encontramos una situación que, más que indignar, provoca una profunda ironía. Mientras un sector de la población se rasga las vestiduras denunciando cómo los extranjeros han venido a «robar» los empleos de los chilenos y colapsar el sistema de salud, otro sector, mucho más cercano y… de «confianza», se dedica a hacer exactamente lo mismo, pero desde adentro.
Hablamos de los empleados públicos, esos mismos que, con la mano en el corazón, se erigen como defensores de los derechos laborales, luchadores contra las desigualdades sociales y paladines del sistema público. ¿Pero cuál es su verdadera lucha? ¿Será la defensa del trabajo digno?
Claro, para algunos sí, pero hay un pequeño detalle que pocos mencionan: Muchos de estos “trabajadores del pueblo” hacen uso y abuso de las licencias médicas para escapar de sus responsabilidades laborales y compromiso social para disfrutar de unas merecidas (y pagadas por los contribuyentes) vacaciones en Cancún, Europa o Río de Janeiro.
Así es, mientras la mayoría de los chilenos se esfuerza por cumplir con su jornada laboral, otros, usando una excusa médica completamente legítima, se permiten recorrer el mundo, con la bendición del sistema de salud pública, ese mismo que se dice “colapsado” por el abuso de los migrantes.
Y lo más cómico de todo esto es que, en medio de esta doble moral, quienes claman que los migrantes están colapsando los hospitales y “robándose” el trabajo, no se detienen a reflexionar sobre cómo, en realidad, son sus propios compatriotas los que están robando los recursos del sistema. ¿Cómo? Usando fraudulentamente licencias médicas que, de acuerdo con algunos informes, se han convertido en el pase directo para una escapatoria vacacional.
Porque, claro, la “salud” del funcionario público que decide irse a la playa es, evidentemente, más importante que las largas listas de espera que afectan a los chilenos reales, los que realmente están enfermos. Y los migrantes, que tanto se critican, ni siquiera están entre los responsables de este abuso.
De hecho, cuando se comparan las estadísticas que muestran el porcentaje real de atención médica a inmigrantes, nos damos cuenta de que son apenas un pequeño porcentaje de las consultas realizadas por Fonasa.
A pesar de esto, los voceros de la indignación siguen adelante con su discurso de que los extranjeros son los que colapsan el sistema, dejando fuera de la conversación a los verdaderos culpables: aquellos que, en nombre de una lucha por la justicia social, se adueñan del sistema sin cumplir con sus responsabilidades laborales.
La ironía es tan grande que la palabra ‘hipocresía’ se queda corta. Es cierto que el sistema de salud en Chile tiene muchas carencias, pero no son los inmigrantes los que están “robándose” los recursos. La verdadera causa del colapso pesa sobre quienes corrompen el sistema con total descaro.
Esta doble moral sigue imperando. Los mismos que gritan contra el “neoliberalismo” y la explotación del capitalismo son los que, cuando logran una plaza en el sector público, se sienten con el derecho a vacacionar con dinero de todos, sin ningún tipo de remordimiento. Porque, al parecer, ser parte del aparato estatal te otorga el derecho a evadir tus responsabilidades y abusar del sistema. Y no paran de criticar.
El “derecho a no trabajar” se ha convertido en un privilegio para algunos. ¿Y la ética profesional? ¿Y el compromiso social? ¡Bien gracias!
La verdadera lucha por la justicia laboral no debería ser solo un discurso vacío, sino un acto de coherencia. En un país donde los trabajadores públicos se benefician de licencias médicas para irse a la playa, al tiempo que acusan a los inmigrantes de colapsar los hospitales, parece que el verdadero colapso está en la moralidad de quienes critican al sistema, pero lo explotan a su favor.
Entonces, antes de seguir señalando con el dedo a los inmigrantes como los responsables del desorden en el país, ¿no sería mejor mirarnos un poco al espejo? Quizás la verdadera amenaza a nuestro trabajo, nuestra salud y nuestros servicios públicos no está afuera, sino dentro, en forma de una hipocresía arraigada que explota los recursos sin ningún tipo de remordimiento tras acusar injustamente a los más vulnerables.
La lucha por la dignidad laboral debería comenzar por ser honestos con nuestras propias prácticas. Pero, claro, pedir coherencia en un país donde “los derechos laborales” son solo derechos para unos pocos es, sin duda, pedir demasiado.
Al final, ¿qué es más fácil? ¿Luchar por un trabajo justo para todos o simplemente aprovecharse de una licencia médica y huir de la realidad? ¡Vaya dilema! Y claro, algunos luchan por la justicia, pero otros se relajan en la playa con dinero de todos.
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