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Niños venezolanos absorben sin traumas cultura chilena

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Hijos de migrantes y refugiados venezolanos en Chile se adaptan sin mayores problemas a la nueva cultura

La historia de Juan Manuel Patete, de 4 años, demuestra que en el país austral se defiende la identidad cultural y esto sirve para la adaptación de niños migrantes.

Raúl Semprún

«Señor, yo le doy esta moneda (500 pesos), pero me deja bailar a mi con su polola», le suelta el pequeño Juan Manuel Patete, un venezolano de apenas 4 años, a un «huaso» en pleno Paseo Alameda, una tarde de mediados de agosto, ante la mirada de sorpresa de sus papás.

El niño, con apenas dos meses de haber llegado a Chile desde la región oriental de Puerto Ordaz, fue tomado de la mano entonces por la risueña muchacha y comenzó a bailar cueca mientras su familia lo graba con el teléfono.

«Juanma», como lo conocen en su hogar, nunca bailó joropo ni otro baile típico en Venezuela. Eso sí, se sabe los colores del tricolor y parte de la letra del himno nacional. «Allá no enfatizan tanto en los valores patrios como aquí. Es la verdad», reconoce Gusmily Rojas, quien asegura que más allá del carácter extrovertido de su hijo mayor, en el salón de prekinder en la Escuela Estado de Palestina, donde estudia, le inculcan desde que llegó la cultura chilena.

El pequeño es una muestra. Se siente integrado.

Decena de miles de niños criollos, en víspera de la reciente conmemoración de las Fechas Patrias, entre el 18 y el 20 de septiembre, se prepararon como «Juanma» en los planteles para participar en un acto con el baile nacional chileno. O en su defecto en otra puesta en escena similar con alguno de los más de 15 bailes tradicionales locales.

El chiquillo nacido en el estado Monagas, practicó y bailó la Resbaloza, danza típica, en las aulas de su plantel, ubicado en la comuna de Estación Central.

María Eleana Carvallo, trabajadora social que vivió durante 16 años en Venezuela asegura que en ese lapso solo una vez le enseñaron a una de sus hijas lo que era bailar joropo en su colegio.

«En Venezuela no le dan importancia a la historia. El 5 de Julio pasa desapercibido y eso debilita el sentido de identidad de los más pequeños», explica Carvallo al referirse al trabajo de las escuelas, con sus fallas, en la integración de los más pequeños, entre ellos los extranjeros.

DATO: Álvaro Bellolio, jefe del Departamento de Extranjería y Migración en Chile estima que 400.000 venezolanos viven en Chile, de los cuales 100.000 serían niños y niñas, quienes ingresaron sin mayores contratiempos al sistema de escolaridad de la nación.

«Ya mi hijo Gustavo, de 2 años, también la baila», cuenta Rojas sobre la cueca. Añade que el chiquillo solía ver en plazas, parques y colegios a los «huasos». Y eso, más el ver a «Juanma» practicar lo hicieron aprender.

Tomás Pérez, sociólogo e investigador de la diáspora en Venezuela destaca el proceso de interculturalidad en la región, en el que los venezolanos son esponjas para absorber, pero modelos a seguir por sus valores positivos. Niños como «Juanma» y Gustavo se integran y adaptan rápido.

Carvallo insiste en la importancia que tiene la historia de los pueblos en su identidad. «Las fiestas más importantes de Venezuela son más bien religiosas como la Feria de la Chinita y la Procesión de la Divina Pastora, pero no son a nivel nacional. Nosotros también tenemos fiestas religiosas a nivel local, pero las Fiestas Patrias involucran al país entero. En sectores de casas puedes sentir los fines de semanas el olor a asado a la parrilla desde el primer fin de semana de septiembre. Celebramos en realidad todo el mes nuestras fiestas», afirma.

Destaca que su nieto fue recientemente a un acto en el que los niños se disfrazaron de plantas y animales de la región de Atacama. «Él y tres niños eran una planta carnívora del desierto», detalla.

Si bien el evento resaltaba elementos geográficos, este tipo de información difundida en las escuelas refuerza la identidad, según Carvallo.

Gusmily vuelve a «Juanma», quien en su plantel participó en un torneo para bailar cueca en un acto. «Fue desigual. Compitió con niños más grandes», recuerda con la certeza de que es tanta la información del patio que pronto perderá hasta su acento. «Sí. Tal vez nunca llegue a bailar joropo, pero lo siento adaptado, integrado. Es un niño feliz», reconoce.

 

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