Crónicas

“No más venecos”: Conozca la historia de la amistad que sobrevive a la xenofobia en Perú

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Isabel Cristina Morán

Recientemente, Armando vio un estado de WhatsApp de su amiga Mayra Alejandra en el que actualizaba las cifras de la diáspora venezolana de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas, y se sorprendió: 4 millones 652 mil personas han migrado de Venezuela. “Cifraza”, respondió.

Él es peruano, nacido en pleno centro de Lima, más criollo que el ají de gallina, el pisco y el ceviche. Ella, venezolana, apenas un pequeño porcentaje de los 900 mil llaneros que residen en Perú.

“Wuoa”, insistió, pues le impresiona todo lo que sucede hoy en un país en llamas. Sus inquietudes se las manifiesta a Mayra con el nivel de indignación extendido, tan extendido como el vínculo que ha nacido entre ellos, a pesar de los episodios de xenofobia que se gestan alrededor de su amistad.

Se conocieron por trabajo a principios de 2019 o finales de 2018, no recuerdan bien. Lo cierto es que desde que se saludaron por primera vez, comenzaron lo que hoy es una amistad que se nutre de sus culturas.

Este vínculo ha sorteado obstáculos, obstáculos sociales y prejuiciosos. El más fuerte, recuerdan, se erigió frente a ellos el pasado 9 de septiembre, cuando se viralizó en el mundo el asesinato de dos hombres en el distrito limeño San Martín de Porres, a manos de un grupo de venezolanos. “Mi familia, prácticamente, me prohibió seguir la amistad con él, pues esa noticia levantó un remolino de xenofobia en el país”, rememora Mayra.

Este asesinato, adjetivado como “descuartizamiento”, conmovió a todos en Perú y trajo como consecuencia rechazo al extranjero, a ese extraño que para entonces tomaba cada vez más forma de amenaza.

Sin embargo, así no lo interpretó Armando.

Armando, un chico dedicado a su trabajo y a su familia, no se deja llevar por los prejuicios. Creció en un hogar sano, completo, y siempre supo la importancia de la inclusión. Más adelante, ya de adulto, agregó un adjetivo a ese término; así, se hizo consiente del significado de la inclusión social.

En su negocio, empleó a un venezolano, Renzo. “Con Renzo hice una amistad muy fuerte. De hecho, lo invité a mi cumpleaños, a él y a su familia; además de otros sitios”.

Este tipo de aperturas con respecto al otro, le hacen honor a la Ley y Reglamento de Migraciones de Perú, en su artículo IV, concerniente al principio de integración del migrante: “El Estado promueve la integración del extranjero y su familia a la sociedad y cultura peruana”.

Más arriba de la xenofobia
Mayra Alejandra trabaja en un mercado de artesanos en el distrito Magdalena del Mar. Es una especie de librería-café. A mediados de septiembre, cuando la noticia del doble homicidio alcanzo su punto más viral debido a la presión mediática, se topó con un letrero que decía: “No más venecos”.

“Veneco” es la fusión de los gentilicios de venezolano y colombiano. Lo idearon como insulto, ofensa. Es como decirle a un peruano “perucho”, la mezcla entre peruano y chileno. Es que estas dos últimas naciones, históricamente, han tenido conflictos territoriales y sociales. Por eso es tan grave decirle a un peruano “perucho”.

El letrero estaba en la entrada de un estacionamiento del distrito de Miraflores, ciudad de paso en el camino de la muchacha a su trabajo. Boquiabierta, le tomó una foto y se la envió a su amigo: “Mira esto, no nos quieren”.

Armando tardó un par de minutos en responder. Y cuando lo hizo, se avergonzó del comportamiento de sus compatriotas. “Pero no sabemos si fue un peruano”, trató de mediar Mayra. “Es lo más seguro”, remató el limeño.

El Glosario sobre Migración de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), define xenofobia como “odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”. Y también enumera “actitudes, prejuicios o conductas que rechazan, excluyen y, muchas veces, desprecian a otras personas, basados en la condición de extranjero o extraño a la identidad de la comunidad, de la sociedad o del país”.

Este episodio puso en “pause” esta amistad “peruzolana”.

No por ellos, por presión social.

Esa misma noche, cuando Mayra llegó al departamento que comparte con amigos y primos, se encontró con la siguiente escena:
Sus compañeros de casa, a quien considera su familia en Lima, relataban otra cara de la moneda. Resulta que una de las chicas trabaja en una pollería. En esa pollería hay más venezolanas, entre ellas, una muchacha cuya relación de amor con un peruano puso en peligro a todo el restaurante.

“Mire lo que le voy a decir, Mayra, en la pollería, un peruano amenazó a todos porque la mesera ya no quería estar más con él”, narró con ojos desorbitados Desiré, ante una audiencia visiblemente preocupada, pues todos caminaban acelerados, sudorosos aun en pleno invierno, y lanzaban recomendaciones que creían muy útiles: “Cuidado con ese amigo tuyo”.

Obstáculos vencidos
Una vez encerrada en la intimidad de su habitación, Mayra le escribió a Armando: “Y que un peruano amenazó a unos venezolanos (…) Si esto sigue, no sé a dónde vamos a parar”.

“Yo entiendo que se preocupen por ti”, reconocía entonces Armando. “Pero creo que esto es otra cara de la misma moneda (…). ¿Acaso vieron el video? Ni yo te voy a violar a ti ni tú me vas a descuartizar”, alcanzó a decir el joven.

Cerca de dos meses estuvieron sin verse Mayra y Armando. No obstante, mantuvieron comunicación telefónica.

Recalca en sus principios la OIM, que “la integración es un elemento clave de las perspectivas efectivas y exhaustivas de cara a la gestión de la migración”. La integración, sí. La integración y el desarrollo socioeconómico y cultural. La Ley y Reglamento de Migraciones de Perú lo exalta, en su artículo III, el principio de reconocimiento del aporte de los migrantes en el desarrollo del país: “El Estado reconoce el aporte de los migrantes internacionales a la cultura, economía, ciencia y diversas facetas del desarrollo de las naciones”.

La integración, en un término o espectro reducido a su mínima expresión, se da cuando Armando se come una arepa con aguacate y queso. Cuando Mayra anuncia rimbombante que ama el ají de gallina y que mejor se tomen una inca-cola, la gaseosa de Perú, en lugar de otro refresco.

La aculturación, esa adopción progresiva de culturas extranjeras, se manifiesta en pequeños momentos cuando los modismos del lenguaje se cruzan así: “Pucha, Armando” o “Qué molleja de bueno, Mayra”. O cuando Armando le cuenta a ella sus intenciones de perpetrar en su piel la antigua cultura chavín peruana y su amiga le responde que quiere tatuarse la línea de Nazca en la muñeca, esa serie de geoglifos, trazados por esta cultura indígena, al sur de Perú, en Ica.

O cuando Mayra comienza una oración en voz pasiva: “Me ha dejado el carro”.

En estos actos íntimos y primarios para el ser humano nacen nuevas culturas, teniendo como base las anteriores.

Ahora, ya casi en Navidad, Armando y Mayra Alejandra lo comprenden.

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