Crónicas

¡Contigo, Perú!: Co-relato de una final histórica

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Isabel Cristina Morán

—¡Arriba, Perú!— grita Perla en el patio central del mercado limeño Inka Plaza.

Perla, Daniela y Mía juegan alrededor de un grupo de hinchas brasileros la tarde de este domingo. Los extranjeros manejan códigos desconocidos para las niñas, no solo por el idioma, sino por la algarabía que parece mantener a los hombres en un éxtasis inagotable.

—¡Arriba, Perú!— se unen las tres amiguitas, y corretean en dirección a las tiendas cercanas al óvalo verde.

Cristina, una de las empleadas de las 236 tiendas del mercado artesanal, le busca conversación a Perla.

—Oye, ¿qué has dicho? ¿Arriba, Perú?— interroga con picardía.

La pequeña le pide que le invite agua y se incorpora rápidamente al hilo del diálogo.

—Los de polo (camisa) negro con rojo son de Brasil. Y están contentos porque su equipo ha ganado. Mira, mira cómo cantan…

En efecto, han ganado, han ganado la final de la Copa Libertadores 2019.

El River Plate vs. Flamengo se vivió en Lima el sábado, en el estadio Monumental de Ate Vitarte, que tiene un aforo de 80 mil espectadores. Lo dirigió el árbitro chileno Roberto Tobar. Según los eruditos del fútbol, ha sido un partido único en 60 años de torneo.

A Lima arribaron 17 mil argentinos y 24 mil brasileros en los tres últimos días, de acuerdo con cifras de Migraciones. Entraron por Iñapari (Madre de Dios) y Tacna, además del Aeropuerto Internacional Jorge Chávez.

Tal vez más del 60 por ciento de la cifra global se concentró este fin de semana en Miraflores, distrito limeño, cuna de turistas y de galerías artesanales.

Es que los hinchas también llevan a sus países souvenir.

Inka Plaza rebosó el fin de semana del partido. Al toque —expresión peruana que denota rapidez en la ejecución de acciones— los extranjeros se reconocían: camisetas negras y rojas, banderas con la palabra ‘Flamengo’, y del River también, pero en menor proporción. Caminaban las veredas entonando sus respectivos himnos, contagiando a los trabajadores de la galería y al resto de turistas.

Hasta Martita, una anciana graciosa que siempre saluda con cariño a Cristina, no se negó la oportunidad de vociferar ‘Flamengo, Flamengo’ a una curvilínea brasilera que visitaba su tienda al tiempo que levantaba ambos pulgares en señal de empatía.

Así, el fútbol le subió la temperatura a todos.

 

La dramaturgia del fútbol

Este domingo por la mañana, a la tienda de Cristina, llegaron dos argentinos preguntando por magnetos.

—Mira ese, que dice ‘Perú’…

Estaban afónicos, apenas se les podía entender.

—Llevemos cuatro, viste, para la refri…

Sus ojos son azules, y los párpados les pesan.

Cristina esperó el instante preciso para decir el precio:

—Un magneto cuesta 5 soles, pero si se llevan dos, pagan 8.

Al concretarse el pacto comercial, la chica rompe el hielo, e inicia el interrogatorio en un maracuho argentinizado.

—¿Qué es para vos un gol del River?

Paco, el más elocuente de los amigos, se lleva las manos a la boca y es en ese instante de segundo cuando los párpados ganan fuerzas y descubren por completo los ojos escondidos de los extranjeros.

—Para mí, un gol del River, es un orgasmo (…) Es como eyacular, viste…

Hasta el minuto 89 del partido River era campeón. Estaba Paco y su amigo en el clímax cuando marcaron los goles rivales.

—Nos ganaron a lo bien (…) Lo que sí da coraje son ese par de errores que siempre sobran (…) Esas pelotudeces…

El fútbol, según el escritor mexicano Juan Villoro, es una ilusión de mundo diferente, paralelo al real, al que vive el hincha. Otra forma de representar un mundo diferente, al igual que la literatura.

Es que cuando un hincha ve o presencia un partido no solo ve “acciones deportivas”, pues delega en el campo emociones. “De manera  que pensamos que si ganan los nuestros, ganan los buenos: es como una batalla entre el bien y el mal”, describe Villoro.

—Un partido es una especie de relato, dura 90 minutos o más. Y a lo largo de ese relato hay truculencias, dramas, finales sorpresas o tedio (…) Un relato que tiene distintas propuestas, y en eso se parece bastante a la literatura, que tiene que ver mucho con la representación del mundo— continúa la comparación del maestro.

Entre las comparaciones que teje el mexicano, se halla la creación de personajes. Porque resulta que cuando el espectador observa jugadores le atribuye virtudes o defectos.

Un ejemplo: que un jugador se pase a un club rival lo puede convertir en el más grande traidor. Si después regresa, obtendrá el calificativo del que era querido y ahora es odiado.

—He ahí, entonces, un elemento de dramaturgia en el juego—.

El peso de la palabra

El sábado en la mañana, día de la final, decenas de autobuses transportaron a los hinchas al estadio Monumental. Izaron sus banderines, cantaron sus himnos y se aventuraron a predecir resultados.

Iban mujeres, niños y hombres, con la misma pasión. Ese día, al Inka Plaza, no fue ni un extranjero. Tampoco los mercados vecinos, que se dieron a la tarea de poner pancartas alusivas a los equipos en sus entradas.

—¡River!

—¡Flamengo!

Lima loca.

El tráfico bajó considerablemente. Las colas de la avenida Benavides o en el centro de Lima no fueron como las del viernes. Todo el nudo se concentró en Ate. Comenzaron a circular videos de la preparación y de las celebraciones anticipadas. Uno de ellos fue el de un fanático brasilero con una de sus manos destrozadas por un fuego artificial.

La palabra pesa en el fútbol. La palabra que da aliento o que reniega por el error en el campo.

Juan Villoro asegura que de nada sirve el fútbol si no es comentado. Eso también lo comparte con la literatura. “Lo más interesante del fútbol no son las jugadas que duran un par de segundos, son las tertulias donde se alarga esa jugada por jornadas enteras gracias a la capacidad retórica de las personas y los narradores”.

En Argentina, comenta Paco, eso es tan importante que cuando naces te preguntan: ¿River o Boca? Es como en Venezuela y el béisbol: ¿De Caracas o Magallanes?

—Es la sangre que te corre dentro, por muy cursi que suene—.

Perla y sus amiguitas ignoran que esta final fue la fase culminante de la competición que determinó al 60.º campeón. Que se jugó por primera vez a partido único el día 23 de noviembre. Que Lima fue por cuarta vez sede de una Copa Libertadores.

Perla y sus amiguitas desconocen eso y más.

Pero de ninguna manera desconocen los colores de las selecciones ni la pasión de Perú por el balompié.

Tampoco la dramaturgia del fútbol.

Por eso corren, gritan y corren alrededor del éxtasis brasilero.

—¡Contigo, Perú!

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